Soy consciente del reloj en mi muñeca. De los auriculares incrustados en mis orejas, que determinan el ritmo que marco con el pie. Del tacto de las teclas. De la ropa que llevo puesta. De la gravedad que me aplasta contra la silla. (Que es rígida) Sé de la sequedad del aire, que irrita mis ojos. Del sabor de mi saliva. De mi propio pensamiento. (Respecto a mí) De mi cansancio y mi euforia. Y de mi inexplicable existencia. Y no soy nada más que eso.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.