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Mostrando entradas de noviembre, 2006

La pobreza del espíritu, la pobreza de mi alma. El dolor cada noche, mi dolor cada mañana

Entonces, y solo entonces ocurrirá. Mala muerte, que me arrasas. Mala muerte que me llevas y me abrasas. Rozando la locura, matas. Rozando la razón, matas. Matando, consigues que vuelva a resurgir de mis cenizas. Y volar… hasta el abrasador rojo del amanecer y allí, fundirme como cera de una vela. Matar el deseo de morir… y sí convertirme a mi mismo. Morder el polvo no mata, ni mata el tiempo a las estatuas. Arrodillado pues, la tierra mancha mis piernas de sangre espesa; mi cabeza rueda y mi cuerpo rendido, se desploma ya sobre la infinita alfombra de madera y tierra. Mis lágrimas se las lleva el viento. Es lo único que queda de mi sobre la madre. Superior a todos, se oscurece, como el vino con los años. La sangre se reseca y el rojo se tuerce negro. Las lágrimas se vuelven sal y cortan la tierra. Los huesos blancos son cal, cal viva. Y tus ojos… tus ojos rebosan de brillo y placer. Gimes de placer viendo la carne putrefacta, viendo el dolor de algo vivo muriendo. Tu virtud, llevarte

"Todos somos desconocidos al principio, lo importante es lo que acabamos siendo."

El largo viaje a Ushuaia, que es un lugar-objeto como cualquier otro, no es posible sin amigos (ni tampoco sin enemigos). Y cuando en mitad de una brazada un calambre se caga en tu ascendencia, es bueno saber que ellos, aunque hace mucho tiempo que no están, en realidad sí están, y seguirán estando. Aunque no quieran.

La incertidumbre

Sophie da vueltas en la cama, mientras sus pensamientos, absurdos y disueltos en alcohol, burbujean frenéticamente. Está segura de que algún desalmado ha puesto un guisante bajo su colchón, y de que el mundo sería un lugar mejor si no existieran las cucharas. S. muerde la almohada, desesperada, y suspira. Por la ventana empieza a colarse la incómoda luz del día, y debe quedar poco para que suene el despertador.

We only come out at night

A Sally le gusta morderse los labios, para reventar algunas venitas y enrojecerlos. Mientras lo hace sonríe, sabiéndose irresistible, y de paso, enseña sus dientes blanqueados artificialmente. Nunca falla. Al instante, un capullo muerde el anzuelo, y se acaba la función.