Estaban un día Calímaco, Demetrio y la desventurada Hipatia haciendo fichas documentalísticas en la sala de lectura de la Biblioteca de Alejandría cuando de repente les empezó a oler a papiro quemado. Alarmados, corrieron a buscar el origen del fuego, pues una biblioteca es especialmente sensible a los incendios, y vieron que Acelgas, el insigne inventor de las gafas de culo de vaso, estaba preparando una barbacoa, y era tan hábil que había necesitado utilizar toda la obra de Sócrates y parte de la de Platón hasta que había conseguido que prendiese la leña. Acelgas, que era muy avispado, empezó a explicarse atropelladamente para evitar que le diesen una colleja: «No os preocupéis, hermanos, que nada se ha perdido. He descubierto un artefacto por el que seré recordado por todos los hombres de todas las edades y que me llevará a la eternidad. Gracias a él he conseguido almacenar en esta caja todos los rollos de papiro que poco a poco se desintegraban en la infinidad de salas de est...
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.