Narra una vieja leyenda que una vez, hace ya mucho, cuando los prados eran verdes y los animales pastaban en libertad, cuando los humos los provocaban pequeños grupos de gente en busca de calor, cuando no habia mas ruido que el de cascadas rugientes, ni mas violencia que la de dos ciervos en celo. De eso hace mucho ya, y muchas cosas han cambiado, segun unos a mejor, y segun otros a peor. Pero al igual que hoy podria correr un chaval por el parque, allí, en ese idílico lugar correteaba un joven, completamente desnudo, porque no existia la vergüenza, ni el pudor, ni los complejos. Y mientras caminaba feliz, con sus pies descalzos sobre la hierba humeda, llego junto a un pequeño estanque natural, y se agacho a beber agua, y por primera vez, en el agua en calma, pudo contemplar su rostro, y sus manos, que obedecian a sus movimientos, y en eso preciso instante se tocó, la cara, y fue consciente de si mismo, y se giró a su alrededor, y vio a otros chiquillos corretear, y reconocio sus caras...
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.