Ir al contenido principal

La cazuela maldita

Cuentan que una vez, hace mucho tiempo, una persona abrió la puerta de su cocina y se vio golpeado por un olor tan repulsivo que tuvo que volver a cerrarla y abrir el armario que siempre huele a productos de limpieza para alejar de su pituitaria la putrefacción que la había congestionado.
No sabiendo muy bien qué hacer, pues del terreno infectado dependía su subsistencia, encontró por casualidad una mascarilla de pintor en el mismo armario donde había metido la cabeza, y protegido con ella, cual yelmo antipulgas, se adentró en la atmósfera de aquel universo irrespirable para cumplir con su objetivo primordial, esto es, preparar un tazón de cereales.
Ahora bien, todo parecía transcurrir con normalidad, hasta que, en un arrebato de valentía, aquella persona pasó por delante de una cazuela para dirigirse al frigorífico. Miles de partículas de podredumbre atravesaron entonces los debilitados poros de la mascarilla y se alojaron en sus pulmones como si fuera una marea de indefinible jugo verde de tubería en su camino al estómago de una cucaracha.
Instintivamente se protegió con las manos y cerró con fuerza los ojos con la expresión del pavor en el rostro, como si la pérdida de la visión supusiese la pérdida del olfato, pero aquella cosa lo acorraló contra la pared, mientras cuchillos y batidoras caían con estrépito al suelo en su loca huida.
"¿Qué era eso?". Hacía una semana él mismo se había servido sopa de pimporrillos de sobre de aquella cazuela. No entendía qué podría estar sucediendo.
Una vez hubo recuperado la calma, reunió el coraje de aquellos españoles que tundieron el trasero napoleónico en Bailén y se acercó con cautela al citado perol. Con dos dedos levantó rápidamente la tapa, no fuera que el valor lo abandonase, y antes de derrumbarse entre agónicas arcadas de vómito pudo contemplar la purificación de la crudeza escatológica del apocalipsis: una gelatina enfermiza parecida al arroz con leche difunto se revolcaba por aquel abismo de acero inoxidable, clavando sus garras en las paredes para intentar derramarse por el mundo en busca de venganza. Pero eso no es todo, pues en ella crecía un corrupto bosque de moho sanguinolento, que esparcía sus esporas con aroma a pústula purulenta por el aire que pronto llegaría a todos los alimentos del cercano supermercado.
Pues bien, esta historia podría tener aquí su final, pero no es así, pues en sus convulsos estertores aquella persona demostró su inutilidad para salvar al planeta de la plaga volcando la cazuela maldita sobre su cara.
Dos meses después del subsiguiente desmayo lo despertó el penetrante tufillo de los pies de la persona con quien compartía habitación en el hospital.

(Basado un poco en hechos reales)

Comentarios

Entradas populares de este blog

El método humanístico

En la antigua Grecia surgió de la nada la chispa de la creatividad, y, siguiendo el ejemplo de muchos otros, Teudonio de Samos escibió una comedia sobre las ovejas. Pronto obtuvo el reconocimiento de las clases pudientes de Tebas y Atenas (en Esparta no estaban para tonterías), y fue muy popular hasta que el fundamentalismo cristiano lo arrasó todo en el siglo II. Tiempo después, los árabes tradujeron una copia que encontraron en las ruinas de Alejandría, omitiendo los pasajes en que las ovejas iban esquiladas, y vio el sultán de Egipto que era gracioso y repartió copias por todo el califato. No se sabe muy bien cómo, pero una de estas copias terminó traducida al castellano en San Millán de la Cogolla por un monje que tenía sus propias ideas en cuanto al amor entre ovejas de la misma condición ovejuna, y otra por un judío de Toledo que sabía un poco de árabe. Un pastor de Berchtesgaden se rió mucho un día leyéndolas y se llevó a Baviera una copia en arameo cuando volvió de las Cru...
Solo un silencio! Todo tan oscuro que ya no hay ni el brillo de los ojos. No hay reflejo en los espejos. Tampoco sonrisas en la cara de las sombras... Todo tan oscuro... ¡no se si tengo alma por que no lo veo! Siento la sangre que las sombras escupen sobre mi cara, pero no se nunca por donde viene... vendido a lo que no es destino. ¿Vivir a la deriva? no... tanto...  no tengo barca con la que navegar...  Tampoco se nadar en estas aguas turbias, sucias y llenas de cieno. Andar por donde no se camina... no se caminar por encima del agua. No soy un dios... soy un simple y triste desperdicio de ser humano. Ja! recuerdo las rocas que caian del cielo, no era sielo sino hiel con puntas afiladas. Retorcido de dolor  sin poder respirar. Tirado en el suelo mordiendo el polvo... que importa ser nada cuando la nada acecha. Que Importa ser nada cuando la nada acecha... y acecha de cerca. Los nervios te comen por dentro y donde habia mariposas hoy hay angustia, dolor y serpi...

Costumbres

Tormentas que se acercan. Solo los dioses ven las tormentas así, bellas, desde el aire, flotando entre las nubes. Se saturan los oídos entre el ruido crudo de la incertidumbre. Tan frágiles, tan efímeros que da lástima siquiera seguir adelante. Será el recuerdo del amor en la infancia lo que nos fuerza a tener instintos y sobrevivir aun cuando no queremos. Ingrávidas, mis lágrimas, reflejan los remordimientos como un espejo curvo e infinito. B.