Viejos reyes. Todo a su alrededor es griterío y juramentos de soldados, pero ellos dos se observan en silencio desde sus tronos de campaña improvisados en los extremos del campo de batalla. Uno de ellos es el soberano de la luz, con larga barba blanca y resplandeciente corona, comprada con el sudor de sus muchos vasallos; el otro gobierna en la oscuridad: es un hereje, y su religión está más perseguida que los asesinatos. Viste de negro sólo porque odia al soberano de la luz, y su corona es de cobre porque no necesita ostentaciones. Antes de iniciar la carnicería, ambos monarcas entablan la acostumbrada diplomacia teatral. Dos pacíficos obispos se adelantan por cada bando, pero sus tonsuras son engañosas, pues las víboras son menos traicioneras. Las negociaciones pronto se convierten en una avinagrada disputa teológica. Los herejes intentan defender su fe, pero un paladín de la luz al mando de su tropa de caballería los rodea a traición y los lleva a su campamento. La intolerancia los ...