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Los nobles sentimientos de las focas

Había una vez un pequeño pintor surrealista. La puerta de su casa era redonda, así demostraba que era una persona feliz. Ni siquiera conocía el significado de la palabra surrealista. Sus pinturas eran sentimientos. Sin pararse a pensar, decidía: "Hoy voy a pintar un día de otoño", y la gente que veía su concepción marrón-grisácea del otoño sentía un estremecimiento de tristeza y soledad.
Pero un buen día incluyó en su exposición un cuadro azul que había pintado una foca a la que habían puesto una brocha en la boca, y lo tituló "El cielo". La gente que lo veía le decía que les hacía sentir muy bien ese estremecimiento de libertad y horizontes abiertos que plasmaba en el lienzo, sin sospechar que para la feliz mente de la foca eso azul no era otra cosa que un atún enorme y suculento.
Entonces el pintor pensó: "Ni siquiera puedo llamarlos hipócritas de lo ignorantes que son. Yo soy el único que entiende lo que pinto". Vendió todos sus cuadros y el de la foca a un coleccionista de arte y con el dinero que obtuvo se compró un camión y se hizo camionero en la Ruta de la Plata.

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