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El Cinéfilo


El cinéfilo es un tipo esquivo que ama la oscuridad y que malgasta sus días en el asombro perpetuo de la última sesión. Al cinéfilo, cuya dedicación se relaciona vía sufijo con actividades poco edificantes y no muy bien vistas socialmente, se le identifica porque desaparece al entrar en una sala de cine. Desconfíen ustedes de quienes se llaman cinéfilos y salpican la proyección con un extasiado “¡oh!” ante el delicuescente cromatismo de una escena o con un mohín de desprecio ante una secuencia de sanguinolenta catarsis. El cinéfilo no habla con su vecino de butaca ni toma notas. Su actitud se parece a la de aquellos niños enfermizos y flacuchos a quienes sus padres amenazaban imperturbablemente con un sinóptico “come y calla”. El cinéfilo de verdad mastica el celuloide y luego, si acaso a la hora de la digestión, piensa durante un rato sobre lo que ha visto. Pero tampoco conviene pensar mucho en las películas, porque si no corre uno el riesgo de ponerse un bacín a la cabeza y liarse a mojicones con el prójimo. Claro que no todas las películas son iguales: algunas nos noquean desde la primera secuencia y otras nos ganan por KO técnico, aburrimiento o desesperación. Con la cinefilia no conviene tener demasiados prejuicios: el cinéfilo es sólo un pobre diablo que no paga su entrada, sino una gabela de escarnio que le exime de vivir, aunque sea por un par de horas cada fin de semana, de una vida corriente.

El cinéfilo según John .

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