Transcurridas 112 generaciones en la estirpe de Noé (sin contar a Onán, que fue fulminado por Dios por derramar su semilla y ponerse a recoger después el maná que se iba a comer toda la tribu de Efraím en la festividad de la Pascua, dejándola impura durante dos lunas enteras), y exactamente tres mil doscientos sesenta y tres años, dos meses y trece días después del diluvio universal, Dios se aburría en su santa infinitud y decidió crucificar a su único hijo, concebido a través de uno de sus invisibles apéndices espaguetulares. Pero he aquí que al tercer día se arrepintió, y dijo Dios: Pipiru-piru-piru-pipiru-pii , y su hijo resucitó. Sin embargo, para no aburrirse en el futuro fundó la Iglesia Católica.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.