Aún encallado en el mismo recoveco del mismo río, tras tantos años. Con las mismas personas, los mismos tratos, las mismas apariencias. El mismo conjunto de objetos inamovibles, relacionados de igual forma. Un flujo de tiempo interrumpido, estancado y en eterna podredumbre.
Tormentas que se acercan. Solo los dioses ven las tormentas así, bellas, desde el aire, flotando entre las nubes. Se saturan los oídos entre el ruido crudo de la incertidumbre. Tan frágiles, tan efímeros que da lástima siquiera seguir adelante. Será el recuerdo del amor en la infancia lo que nos fuerza a tener instintos y sobrevivir aun cuando no queremos. Ingrávidas, mis lágrimas, reflejan los remordimientos como un espejo curvo e infinito. B.
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