Escucha el sentido trágico de la vida, y dime, que carajo es lo que oyes porque a mi no me llega señal, solo oigo ruido y como comprenderás empiezo a intrigarme. Me recuerda a aquel día que me dispuse, delante del televisor, a esperar ver las desternillantes comedias de ese viejo loco y en su lugar, la pantalla llena de ruido, me maldijo con dieciocho horas de nieve… pues si amiguitos, en busca de mi ¿instinto? me encontré con el conejo y… joder no me tome ni chocolate ni un te para afianzar nuestra relación; pero me guardé toda una baraja en la chistera, le mangué ese reloj tan hortera y mientras unas rayas moradas me convertían en gato procuré no asustarme, para poder seguir ganando a Evaristo.
En la antigua Grecia surgió de la nada la chispa de la creatividad, y, siguiendo el ejemplo de muchos otros, Teudonio de Samos escibió una comedia sobre las ovejas. Pronto obtuvo el reconocimiento de las clases pudientes de Tebas y Atenas (en Esparta no estaban para tonterías), y fue muy popular hasta que el fundamentalismo cristiano lo arrasó todo en el siglo II. Tiempo después, los árabes tradujeron una copia que encontraron en las ruinas de Alejandría, omitiendo los pasajes en que las ovejas iban esquiladas, y vio el sultán de Egipto que era gracioso y repartió copias por todo el califato. No se sabe muy bien cómo, pero una de estas copias terminó traducida al castellano en San Millán de la Cogolla por un monje que tenía sus propias ideas en cuanto al amor entre ovejas de la misma condición ovejuna, y otra por un judío de Toledo que sabía un poco de árabe. Un pastor de Berchtesgaden se rió mucho un día leyéndolas y se llevó a Baviera una copia en arameo cuando volvió de las Cru...
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