Está anocheciendo y hay muchas nubes. El mar está rojo y el cielo gris oscuro. El mar está revuelto, está picado, hace mucho viento, es invierno, hace frío. En medio de la tempestad hay un barco de madera, zozobrando, luchando por aguantar, y yo estoy en el timón muriéndome de frío y aguantando para mantener el rumbo. Hace nada he quitado las velas de los mástiles para que no se rompan. No sé si ha empezado a llover o es el mar el que me clava pequeños alfileres que poco a poco me empapan hasta los huesos. Soy feliz. Estoy sola, en mitad de una tormenta en mi barco. Una falsa calma me hace creer que el mar es una balsa. Durante unos segundos todo está tranquilo, el mar rojizo, oscurecido por la tormenta, y al fondo, en el horizonte, una línea naranja que avisa de la realidad. Ya no hay frío. No hay dolor. Un brusco ladeo del barco, con el consecuente giro de timón, me sacan de mi ensoñación y me hacen volver a la realidad, al frío y al dolor. Mi conciencia huye y me cu...