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todo con tal de no estudiar

Está anocheciendo y hay muchas nubes. El mar está rojo y el cielo gris oscuro.

El mar está revuelto, está picado, hace mucho viento, es invierno, hace frío. En medio de la tempestad hay un barco de madera, zozobrando, luchando por aguantar, y yo estoy en el timón muriéndome de frío y aguantando para mantener el rumbo.

Hace nada he quitado las velas de los mástiles para que no se rompan. No sé si ha empezado a llover o es el mar el que me clava pequeños alfileres que poco a poco me empapan hasta los huesos.

Soy feliz.

Estoy sola, en mitad de una tormenta en mi barco.

Una falsa calma me hace creer que el mar es una balsa. Durante unos segundos todo está tranquilo, el mar rojizo, oscurecido por la tormenta, y al fondo, en el horizonte, una línea naranja que avisa de la realidad.

Ya no hay frío.

No hay dolor.

Un brusco ladeo del barco, con el consecuente giro de timón, me sacan de mi ensoñación y me hacen volver a la realidad, al frío y al dolor. Mi conciencia huye y me cuesta concentrarme en el timón; mi cuerpo sin embargo, permanece luchando, insensible.

Si me concentro puedo sentir mis músculos, cansados y doloridos.

Podría volver al cálido nicho que es mi habitación, en el interior del barco, al resguardo de la lluvia, del frío y del mar, pero me gusta estar aquí fuera, sentir el viento en mi pelo y mi cara. Casi no puedo abrir los ojos, ya que el viento se confabula con la lluvia y el mar para impedírmelo. Sin embargo, la inmensidad del paisaje es una tentación demasiado grande como para dejarme vencer.

Un rayo ilumina el horizonte, oscuro desde que el sol me abandonó a mi suerte. Todavía está lejos, pero es el primer aviso, la primera señal de que es necesario bajar a mi camarote. Es una pena, lo mejor de la tormenta son los rayos que iluminan caprichosamente cielo y mar haciéndolos inolvidables.

Otro rayo.

Segundo aviso.

Rendida de cansancio y frío suelto el timón, que inmediatamente gira descontrolado, el barco da un bandazo y me cuesta mantener el equilibrio. Aún me quedo un rato más observando el paisaje y sintiendo un alivio en todos los músculos de mi cuerpo. Ahora que no tienen ninguna misión especial, pueden moverse como les plazca.

Estoy tiritando. ¿Será por el esfuerzo? ¿Por el frío? Da igual. El paisaje, eso es lo importante.

Otro rayo.

Mi cuerpo reacciona, ya que mi mente ha quedado atrapada por el paisaje.

“Abre la escotilla”. “Baja las escaleras”.

Clic.

Oscuridad. Mi mente es libre otra vez. Ahora sí siento frío, ahora sí me arrepiento de haberme quedado hasta el último momento.

¿Arrepentirme? No, eso nunca.

Calor, necesito calor, o si sobrevivo sólo será para morir de una pulmonía. Me desnudo y me envuelvo en todas las mantas que soy capaz de encontrar.

Antes de acostarme echo un último vistazo por la claraboya, y sólo veo agua.

Me tumbo en la cama y cierro los ojos.

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