Entonces, y solo entonces ocurrirá. Mala muerte, que me arrasas. Mala muerte que me llevas y me abrasas. Rozando la locura, matas. Rozando la razón, matas. Matando, consigues que vuelva a resurgir de mis cenizas. Y volar… hasta el abrasador rojo del amanecer y allí, fundirme como cera de una vela. Matar el deseo de morir… y sí convertirme a mi mismo. Morder el polvo no mata, ni mata el tiempo a las estatuas. Arrodillado pues, la tierra mancha mis piernas de sangre espesa; mi cabeza rueda y mi cuerpo rendido, se desploma ya sobre la infinita alfombra de madera y tierra. Mis lágrimas se las lleva el viento. Es lo único que queda de mi sobre la madre. Superior a todos, se oscurece, como el vino con los años. La sangre se reseca y el rojo se tuerce negro. Las lágrimas se vuelven sal y cortan la tierra. Los huesos blancos son cal, cal viva. Y tus ojos… tus ojos rebosan de brillo y placer. Gimes de placer viendo la carne putrefacta, viendo el dolor de algo vivo muriendo. Tu virtud, llevarte ...
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.