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Οδύσσεια

Aquella mañana Basilisa estaba regando sus plantas cuando de repente le invadió la tristeza. Miró desde su ventana y vio las ventanas vacías y lúgubres de sus vecinos, horadadas en las paredes de ladrillo. Sus vecinos estaban muertos. Y las plantas de sus vecinos también.
En ese momento resonó una distante voz de mujer, hueca y acuática, que cantaba una ópera, y Basilisa la siguió y descubrió que procedía de los abismos del grifo del lavabo.
Basilisa no quería morir, así que abandonó su casa para siempre y se fue a buscar el mar. Dejó atrás las grises colmenas y la miel verdosa y anduvo durante años. Decidió seguir a las cigüeñas, y atravesó muchas fronteras y cordilleras impertinentes hasta que llegó al lugar donde crecen los eucaliptos y los hombres no comen otros animales.
Allí vivía poca gente, pero los viejos de aquel lugar recordaban la llegada de los celtas y los jóvenes se contaban a gritos sus sueños desde lejos. Además, todas las callejuelas bajaban hacia el mar.
Basilisa supo que aquél era el lugar. Se acercó hasta la playa, y poco a poco fue caminando en dirección al océano hasta que el agua la cubrió por completo, y no murió.

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