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El gigante

El gigante rumiaba sus pensamientos sentado sobre una montaña. Llevaba ya una hora así, y según el cómputo de los gigantes le había dado tiempo a ver unas treinta veces salir el sol por horizonte. De pronto, sin saber de dónde, una tribu de humanos comenzó a tirarle unas lanzas que no eran más largas que la uña de su dedo meñique. Al principio no les dio importancia, pero después de aguantar la molesta sensación durante unos segundos (una tarde entera para la tribu hambrienta), con desgana aplastó a uno de ellos de un manotazo. A esto, los humanos hicieron una pausa, pero pronto reanudaron su intento de ataque, y el gigante aplastó a otros dos, pues ya le estaban empezando a resultar un incordio.
A los humanos les pareció que el gigante era malvado, pero la conciencia del gigante ni siquiera se percató de que sus acciones podían estar causando mal. No se complacía en despachurrar humanos contra el suelo, no es que lo hiciese por placer, y tampoco se preguntaba si le complacía hacerlo. Simplemente era un acto reflejo, eran como moscas.

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