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Grelos alucinógenos

Mi casa de Ávila. Gabri y yo hemos estado hablando y bebiendo y como ya son las 5 de la mañana Gabri se queda a dormir. Ha pasado algo en su casa y le digo que puede quedarse unos días si quiere, pero cuando le digo que también está Azucena no le gusta nada. Yo duermo en una cama que hay junto a la pared de la ventana del salón y él en el sofá. Mi hermana está en su habitación. Azucena vuelve de fiesta sin hacer ruido. Yo no puedo dormir, y en un momento dado me encuentro en medio del salón sin tener recuerdo alguno de haber salido de la cama. Le cuento a Gabri mi amnesia momentánea. No dice nada y se va a su casa, como si yo estuviese loco, y enfadado por lo de Azucena. Empiezo a cantar una canción de dar miedo de Rage against the machine mientras Gabri baja por las escaleras. Hay un momento que no me sé la letra y me paro, pero pasa un coche negro por mi calle con la música a toda caña y las ventanas abiertas y es la misma canción lo que suena justo donde yo lo había dejado. Me asomo por la ventana y llamo a Gabri para contárselo, porque algo extraño me está pasando, y en lugar de marcar el número de Gabri llamo a Campi, que tiene puesta como música de espera la misma canción. No me lo coge. Miro mi lista de teléfonos y no está Gabri. Falta mucha gente y salta de la E a la V. Empiezo a creer que estoy loco.

En ese momento alguien entra por la puerta de la calle en silencio. Me asomo al cristal de la puerta del salón y veo que es un grupo de personas. Mi hermana y yo salimos al portal y damos la luz. Son policías acompañados por un vagabundo que tiene la llave de nuestra casa. La policía nos apunta y nos pregunta que quiénes somos. «Los hijos de la dueña». El policía al mando nos explica qué hacen allí. Ha habido un aviso de que los vagabundos utilizan nuestra casa para dormir por la noche. Todos tienen llave y van y vienen a lo largo de la noche. Mi hermana llama a alguien por teléfono. Yo llevo una camiseta roja y voy descalzo. La policía empieza a ir habitación por habitación a lo largo del pasillo (hay muchas más habitaciones y todas son más grandes que en la realidad), entrando como los policías de las películas. En unas pocas hay vagabundos durmiendo, incluso en la cama donde había estado yo antes. Se llevan a algunos. Cada vez hay más policías, y también llega algún vagabundo nuevo despistado que no sabe de la redada. Voy a avisar a Azucena de lo que ocurre, que ya se está levantando para ir a trabajar. Son las 9 y entra un poco de luz por la ventana. Le digo que a partir de ahora siempre eche la cadenilla. Se me ocurre que también tengo que decírselo a mi hermana, así que vuelvo hasta su habitación. El pasillo está lleno de todo tipo de gente, y los policías ya no se llevan a los vagabundos, se limitan a escoltarlos. Voy hasta donde mi hermana y está llamando a mis padres. Vuelve a ser de noche. A partir de ese momento voy preguntando a la gente que quién es y echo a algunos que no son ni policías ni vagabundos. Ya no me acuerdo que es lo que soñé que eran. Me entra histeria. El policía que está al cargo me tranquiliza y me dice que nadie está robando nada. Hay un drogadicto que no para de hablar registrando muebles que hay en el portal. Le digo al policía que se lo lleve. Se va la luz y vuelve. Voy yendo hasta la cocina preguntando «¿Quiénes sois?» a todo el mundo. Hay un matrimonio joven italiano haciendo las maletas en una habitación y mucha gente durmiendo en camas por todas partes, como refugiados de algo. Echo a algunos, pero cada vez hay más. Donde está el cuarto de baño pequeño hay una pila de lavar la ropa muy grande como las de antes. Esa habitación está sin barrer y es como si fuese el suelo de la calle: hay envoltorios de Mars y de otras cosas, mucho polvo y hierbas rodantes secas como las del Oeste. En ese tramo del pasillo hay cuatro chicas. «¿Quiénes sois?». «Venimos a visitar la cueva espeleológica de La Roera, y como hemos visto que había tanta gente nos hemos colado». «Aquí no hay ninguna cueva espeleológica. Además, es un primer piso». Se decepcionan un poco. «Que sí, mira, ¿y esto qué es?». Debajo del lavadero hay un espacio oscuro. Una de ellas se acerca y dice que ahí está la entrada. Les digo que no, que se vayan, pero me dicen que vienen desde Cádiz para verla y les dejo que hagan lo que quieran, desesperado. Se meten por la cueva. Pienso: «No voy a barrer esa habitación». Sigo preguntando a la gente por el pasillo y las habitaciones. En la cocina hay una familia mora. La madre me dice que por favor les acoja medio en español medio en árabe. Tienen tres niños pequeños y una señora mayor. Han puesto alfombras por la cocina y los niños están durmiendo en algunas de ellas. El padre fuma de un narguile y no dice nada. Todo el mundo que hay por mi casa me da miedo. En una habitación que hay enfrente de la cocina está Hanako refugiada y también dos treintañeras brasileñas. Les digo a las brasileñas que se vayan, pero no me hacen caso. Vuelvo hasta el portal para hablar con el policía que está al cargo. Más allá de la habitación de mi hermana ahora hay unos baños públicos y hay tres policías duchándose en bolas y otros chuleándose de sus actuaciones ante su audiencia sentados en unas sillas. Pienso en Cristina. El suelo está mojado por el agua caída y a mí me molesta porque sigo descalzo. Empiezan a llegar más policías heridos con los brazos en cabestrillo. Llaman a la puerta, y hay un señor acompañado de muchos niños. El hueco del ascensor está vacío, y en la barandilla que ahora lo rodea están apoyados los niños, tanto en dirección al piso de arriba como al de abajo. Le pregunto a un niño más mayor que quiénes son y me contesta muy chulesco quiénes somos mi hermana y yo, los años que tenemos y algunas cosas más sobre nosotros. Me molesta que sepa tantas cosas. Les cierro la puerta. Parece como si el tema de todo el sueño es que ya no tengo derecho a la intimidad, como queriendo decir que mi cerebro está invadido por la gente y que no puedo hacer nada.

Vuelvo otra vez por el pasillo. El matrimonio italiano ya ha hecho las maletas y está esperando para salir por la puerta. Están con cara de preocupación y me dicen que ya se van. En el pasillo siempre hay más gente que la última vez que pasé. Voy hasta donde estaba Hanako y esa habitación ahora es un granero enorme y para entrar hay una puerta de cochera verde oscuro. Antes de entrar doy a una clavija muy grande como las de los paneles de control de los pilotos, pero en lugar de dar la luz la he apagado, así que vuelvo a mover la clavija. Abro la puerta y veo a varios negros esconderse detrás de los montones de trigo y cebada. Es la guerrilla liberiana. Se va la luz, pero yo tengo visión en la oscuridad. Pido ayuda a los policías, pero sólo hay uno. Un liberiano viene hacia mí con un machete, pero como no puede verme lo esquivo. Lucha con el policía y lo mata. Yo voy corriendo por el pasillo pidiendo ayuda, pero a la gente le da igual. En la primera esquina del pasillo hay dos policías más, y van corriendo a ver qué pasa, pero la guerrilla los mata también. La gente enloquece y echa a correr hacia el portal, donde está el resto de los policías. De repente hay muy pocos de ellos. Me despierto.

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