Ahora hemos pensado que ya no hace falta morir en la batalla para que el dragón Nidhöggr no os devore las entrañas en el inframundo ni hay que pasarse una hora al día autoflagelándose por dormir más de lo debido. Para los musulmanes tampoco hay buenas noticias: ahora no existen las huríes. Si alguien basó su vida en alguna de estas cosas, pedimos disculpas, pues estamos considerando unirnos a la ciencia (esa díscola aprendiz) y proclamar el neoapocalipsis. ¡Si nadie ha venido a visitarnos es porque todas las civilizaciones del universo, llegadas a este punto, construyeron un colisionador de hadrones! ¡Lo único que habrá será un agujero negro!
En la antigua Grecia surgió de la nada la chispa de la creatividad, y, siguiendo el ejemplo de muchos otros, Teudonio de Samos escibió una comedia sobre las ovejas. Pronto obtuvo el reconocimiento de las clases pudientes de Tebas y Atenas (en Esparta no estaban para tonterías), y fue muy popular hasta que el fundamentalismo cristiano lo arrasó todo en el siglo II. Tiempo después, los árabes tradujeron una copia que encontraron en las ruinas de Alejandría, omitiendo los pasajes en que las ovejas iban esquiladas, y vio el sultán de Egipto que era gracioso y repartió copias por todo el califato. No se sabe muy bien cómo, pero una de estas copias terminó traducida al castellano en San Millán de la Cogolla por un monje que tenía sus propias ideas en cuanto al amor entre ovejas de la misma condición ovejuna, y otra por un judío de Toledo que sabía un poco de árabe. Un pastor de Berchtesgaden se rió mucho un día leyéndolas y se llevó a Baviera una copia en arameo cuando volvió de las Cru...
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