Nada como un buen rodillazo en la espalda para hacer desistir a los capullos (y capullas) que intentan reclinar el asiento del autobús sin pedir permiso al pasajero que va sentado detrás. En este caso, yo.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.
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