La luz se rompe. El corte no es limpio, presenta astillas e impurezas. Los dedos de Dios, cubiertos de harina, empujan una aspirina a través de su envoltorio de plástico, rasgando el fino sello de aluminio. El hálito reciclado del último ser vivo se pudre, lentamente, bajo una máscara antigás color verde camuflaje.
Tormentas que se acercan. Solo los dioses ven las tormentas así, bellas, desde el aire, flotando entre las nubes. Se saturan los oídos entre el ruido crudo de la incertidumbre. Tan frágiles, tan efímeros que da lástima siquiera seguir adelante. Será el recuerdo del amor en la infancia lo que nos fuerza a tener instintos y sobrevivir aun cuando no queremos. Ingrávidas, mis lágrimas, reflejan los remordimientos como un espejo curvo e infinito. B.
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