La luz se rompe. El corte no es limpio, presenta astillas e impurezas. Los dedos de Dios, cubiertos de harina, empujan una aspirina a través de su envoltorio de plástico, rasgando el fino sello de aluminio. El hálito reciclado del último ser vivo se pudre, lentamente, bajo una máscara antigás color verde camuflaje.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.
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