La suave luz del amanecer se filtraba entre dos nubes que jugueteaban entre ellas como enlazadas enternamente en el anaranjado cielo. Subido desde aquella colina podia contemplar como los primeros rayos del sol cortaban la ciudad por sus avenidas proyectan alargadas sombras hacia los bajos fondos. Los mas madrugadores salian de sus casas somnolientos sumidos en su rutina. Pero eso no importaba, el bosquecillo del fondo jugaba con sus ramas con los haces luminosos del sol que se proyectaban sobre su rostro. Tambien podia ver como se reflejaban sobre el pequeño arroyo que se habia formado con los primeros dias del deshielo. Era primavera y el podia verlo mejor que nadie... pues era ciego.
En la antigua Grecia surgió de la nada la chispa de la creatividad, y, siguiendo el ejemplo de muchos otros, Teudonio de Samos escibió una comedia sobre las ovejas. Pronto obtuvo el reconocimiento de las clases pudientes de Tebas y Atenas (en Esparta no estaban para tonterías), y fue muy popular hasta que el fundamentalismo cristiano lo arrasó todo en el siglo II. Tiempo después, los árabes tradujeron una copia que encontraron en las ruinas de Alejandría, omitiendo los pasajes en que las ovejas iban esquiladas, y vio el sultán de Egipto que era gracioso y repartió copias por todo el califato. No se sabe muy bien cómo, pero una de estas copias terminó traducida al castellano en San Millán de la Cogolla por un monje que tenía sus propias ideas en cuanto al amor entre ovejas de la misma condición ovejuna, y otra por un judío de Toledo que sabía un poco de árabe. Un pastor de Berchtesgaden se rió mucho un día leyéndolas y se llevó a Baviera una copia en arameo cuando volvió de las Cru...
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