Un viejo en el futuro, obligado a ser transvasado a un cuerpo sintético (sólo la conciencia, se entiende) por sus descendientes se queja amargamente, y prefiere morirse. En tono humorístico, el viejo recién transvasado se convierte en un cyborg con ansias de sangre que acaba dominando el mundo y transfiriendo las almas de toda la humanidad a un par de cerdos de corral, que fornican y tienen un cerdito. Éste concentra toda la conciencia humana, excepto la del viejo, que se ríe de forma malévola mientras piensa en cómo se va a comer el susodicho cerdo, quizás después de haberlo sodomizado. Al final el viejo-cyborg se arrepiente de sus pecados y se encierra en un convento. La futura raza humana consisitirá en cerdos parlantes con la conciencia más disoluta en cada generación que pasa, por aquello de la división sin decimales.
Tormentas que se acercan. Solo los dioses ven las tormentas así, bellas, desde el aire, flotando entre las nubes. Se saturan los oídos entre el ruido crudo de la incertidumbre. Tan frágiles, tan efímeros que da lástima siquiera seguir adelante. Será el recuerdo del amor en la infancia lo que nos fuerza a tener instintos y sobrevivir aun cuando no queremos. Ingrávidas, mis lágrimas, reflejan los remordimientos como un espejo curvo e infinito. B.
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