Estaban todos escondidos y temblorosos en la gran sala en penumbra, porque eran los últimos que quedaban. Los estertores finales de la luz de la luna se infiltraban por un gran ventanal, y destacaban el gris de las telarañas y el polvo sobre los relojes. Las cortinas ondeaban fantasmagóricamente. De repente, comenzó a oírse un ruido de pasos lentos pero firmes, que fue intensificándose hasta llegar al éxtasis de la tensión al detenerse detrás de la puerta. Con un largo lamento, ésta se abrió pausadamente, y un viento frío apagó todas las velas. Una figura oscura y gigantesca apareció en el umbral. «No tengáis miedo».
En la antigua Grecia surgió de la nada la chispa de la creatividad, y, siguiendo el ejemplo de muchos otros, Teudonio de Samos escibió una comedia sobre las ovejas. Pronto obtuvo el reconocimiento de las clases pudientes de Tebas y Atenas (en Esparta no estaban para tonterías), y fue muy popular hasta que el fundamentalismo cristiano lo arrasó todo en el siglo II. Tiempo después, los árabes tradujeron una copia que encontraron en las ruinas de Alejandría, omitiendo los pasajes en que las ovejas iban esquiladas, y vio el sultán de Egipto que era gracioso y repartió copias por todo el califato. No se sabe muy bien cómo, pero una de estas copias terminó traducida al castellano en San Millán de la Cogolla por un monje que tenía sus propias ideas en cuanto al amor entre ovejas de la misma condición ovejuna, y otra por un judío de Toledo que sabía un poco de árabe. Un pastor de Berchtesgaden se rió mucho un día leyéndolas y se llevó a Baviera una copia en arameo cuando volvió de las Cru...
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