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auga

La gente del pueblo tiene miedo. Como cada día el sol cae y los cerrojos de cada casa se cierran casi al unísono. Ni una sola voz. Silencio; tan solo el aullar del viento entre los árboles. Los animales no se atreven a merodear por el bosque. De pronto ni si quiera el sonido del viento. Todo quietud. Lo único que cada uno puede escuchar es su propia respiración entre cortada y el latir del corazón.

El Ruido como ellos lo llaman, les hace estremecerse. Como el crujir de un iceberg o como si millones de hachas golpeasen a la vez una gran plancha de hielo, el Ruido golpea con furia como un gran soplo de viento; tan atronador que los niños durante milésimas de segundo mantienen sus manos apretadas contra los oídos, como si eso fuera a aliviarles el dolor puntiagudo que les causa.

De nuevo el silencio.

Las praderas, el bosque y las charcas han quedado completamente congeladas y de súbito comienzan a quebrarse como pequeñas astillas de hielo. Todos absortos como cada noche mirando la gran charca, que con un rugido repentino se divide en millones de trozos de hielo.

Uno de los niños toca el cristal de la ventana y queda instantáneamente congelado.

Exhalando, como quien exhala una bocanada de aire en pleno invierno ártico, cae y se transforma en pequeñísimas partículas de hielo,  repartidas por el suelo de la estancia ante la atónita mirada de su familia.

Comentarios

Ginkarasu ha dicho que…
Qué bonito

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