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El rastro de castañas

El señor Gómez salió de la ópera una tarde de noviembre y compró media peseta de castañas a una castañera. De camino a su casa, fue tirando las cáscaras por el suelo, sin ninguna consideración a las ordenanzas municipales. El fantasma de la ópera, que había leído recientemente Hansel y Gretel, siguió el rastro de castañas hasta la casa del señor Gómez, y lo asesinó con un estilete. La guardia urbana, que también había encontrado la estela de residuos, se disponía a llamar a la aldaba del señor Gómez para ponerle una multa desorbitante, pero descubrieron su mano sangrienta asomando por entre los barrotes de la ventana y sus ambiciones se vieron frustradas. Tenía dedos de pianista.

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Insectos verdes oliendo el aire con sus antenas; maniquíes de plástico derritiéndose al sol, deformados; carracas moribundas intentando mantener una cadencia respetable; ecuaciones de segundo grado, circuitería, ácido y cobre; plagios repetitivos bienintencionados y exitosos; canciones lentas para una noche de verano; papel amarillento envejecido, con holor a flan en polvo Royal; desorden, suciedad, caos, falta de organización; soledad, angustia, impermutabilidad; jaquecas, sed, aburrimiento; un intento de repesca sabiamente abortado; demasiadas letras en un único párrafo; una voz desconocida desliendo melodías de un aro de goma; combustión interna espontánea; el invariable ruido de un ascensor que llega a su destino.