El señor Gómez salió de la ópera una tarde de noviembre y compró media peseta de castañas a una castañera. De camino a su casa, fue tirando las cáscaras por el suelo, sin ninguna consideración a las ordenanzas municipales. El fantasma de la ópera, que había leído recientemente Hansel y Gretel, siguió el rastro de castañas hasta la casa del señor Gómez, y lo asesinó con un estilete. La guardia urbana, que también había encontrado la estela de residuos, se disponía a llamar a la aldaba del señor Gómez para ponerle una multa desorbitante, pero descubrieron su mano sangrienta asomando por entre los barrotes de la ventana y sus ambiciones se vieron frustradas. Tenía dedos de pianista.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.
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