El baile continúa, ajeno en su pretendida elegancia a la urna de cristal que se encuentra en el centro del salón. Las parejas se deslizan sobre las baldosas que escaman el suelo, brillantes, limpias a base de lametazos y amoniaco. Envueltas en telas estampadas, figuras desnudísimas giran y se abrazan, con ojos brillantes de felicidad y labios arqueados según la convención.
La cabeza de la urna retiene la mueca antinatural de asco que la guillotina instaló en su rostro.
El baile acabará de madrugada. Muerto el villano, nadie queda para amargar la velada. Todo está bien en el Reino del Señor.
La cabeza de la urna retiene la mueca antinatural de asco que la guillotina instaló en su rostro.
El baile acabará de madrugada. Muerto el villano, nadie queda para amargar la velada. Todo está bien en el Reino del Señor.
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