En su casa de la calle de la Alcaicería de Córdoba, número 17, a Felisa, pescadera de profesión y separada de su marido, se le escapa una ventosidad ligera mientras friega los cacharros. Al mismo tiempo, en su balcón de hierro forjado, menos florido que los del resto de la calle, tres geranios rojos y uno blanco realizan la fotosíntesis.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.
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