La mañana es fría y luminosa, es el final de diciembre. No recuerdo cuándo fue la última vez que dormí, hay demasiadas tareas pendientes. He bajado a desayunar a una hora que no concebía que existiese, una hora mítica, cuando yo creía que todo dormía sobre la Tierra. Pero no todo duerme. Mientras bebía un tazón de leche he mirado insomne por la ventana, y avanzando por mi calle he visto caminar a una treintena de palomas, grises y blancas. Picoteaban el suelo aquí y allá, en un escuadrón de limpieza perfecto, abarcándolo todo. Era la Santa Compaña, y poco a poco fue pasando de largo.
¿Palmeras decís, señor don Quijote? No veo sino una ínsula reseca y sórdida, morada tan sólo de cabras y de lunáticos. Ciego está en verdad tu entendimiento, Sancho amigo.